Escriben, editan y pulen estilos que han logrado por medio de la lectura.
Casi todos conocen las consecuencias de un modelo educativo que, como decía Rodolfo Llinás, está repleto de contenidos pero vacío de contexto. Han aprendido con letra de fuego las palabras, a punta de repetición, olvidando cualquier conexión con los sentidos. Y, sin embargo, casi todos no son todos.
En el colegio Bravo Páez, en el sur de Bogotá, los niños entre 3 y 5 años tienen la fortuna de escaparse a diario de las viejas fórmulas de la educación tradicional.
Junto con otras dos profesoras de primera infanciase dio a la tarea de crear espacios y experiencias en las que los niños se vieran en la necesidad de hacer un uso real de las palabras en un contexto con sentido.
“Habitualmente, la gente ve preescolar como una guardería: llevo mis niños allí para que me los cuiden, les den de comer y me los entreguen bien. Pero, resulta que es todo lo contrario: la primera infancia es un momento clave para que los niños se sientan poderosos”, dice Mileyín, que apenas logra contener la emoción cuando habla de su proyecto.
Los niños van rotando a diario por un sistema de aulas especializadas en las que aprenden diferentes tipos de lenguajes: tienen huerta escolar, ajedrez en familia y la maleta viajera, que consiste en que cada niño se lleva todos los días un libro a la casa para lee.
Hay clases de cocina y de yoga. Y todos los viernes los papás deben asistir a las clases con ellos para fortalecer ese vínculo emotivo que es la fuente de toda confianza posterior.
“Hay que cambiar el chip del ma me mi mo mu. Enseñamos a leer dándoles significado a las imágenes, a los símbolos. A medida que le voy dando significado a todo lo que está alrededor, los niños aprenden a hacer todo solos. Y, en ese trabajo, los papás son indispensables”.
Al finalizar el proceso a los 5 años, cada niño ya se ha convertido de alguna manera en un narrador natural de su propia vida. “Antes de pasar a transición, cada niño escribe su autobiografía y una serie de cuentos inventados, con su propia letra, que se imprime y se llevan a la casa”.
El resultado, además del libro, son niños sobreestimulados que casi siempre, al llegar a primero, ya tienen una capacidad superior para interpretar el mundo y sus símbolos.
Tanto así que la primera promoción de pequeños escritores fue promovida de primero a segundo porque, literalmente, estaban volando con una imaginación y una sensibilidad que estaba más allá de cualquier expectativa a esa edad.